Silvio a una blanca corderilla suya,
de celos de un pastor, tiró el cayado,
con ser la más hermosa del ganado;
¡oh amor!, ¿qué no podrá la fuerza tuya?
Huyó quejosa, que es razón que huya,
habiéndola sin culpa castigado;
lloró el pastor buscando el monte y prado,
que es justo que quien debe restituya.
Hallóla una pastora en esta afrenta,
y al fin la trajo al dueño, aunque tirano,
de verle arrepentido enternecida.
Diole sal el pastor y ella, contenta,
la tomó de la misma injusta mano;
que un firme amor cualquier agravio olvida.
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