miércoles, 5 de noviembre de 2008

Pobre barquilla mia

Pobre barquilla mía,

entre peñascos rota,

sin velas desvelada,

y entre las olas sola:



¿Adónde vas perdida?

¿Adónde, di, te engolfas?

Que no hay deseos cuerdos

con esperanzas locas.



Como las altas naves

te apartas animosa

de la vecina tierra,

y al fiero mar te arrojas.



Igual en las fortunas,

mayor en las congojas,

pequeño en las defensas,

incitas a las ondas.



Advierte que te llevan

a dar entre las rocas

de la soberbia envidia,

naufragio de las honras.



Cuando por las riberas

andabas costa a costa,

nunca del mar temiste

las iras procelosas.



Segura navegabas;

que por la tierra propia

nunca el peligro es mucho

adonde el agua es poca.



Verdad es que en la patria

no es la virtud dichosa,

ni se estimó la perla

hasta dejar la concha.



Dirás que muchas barcas

con el favor en popa,

saliendo desdichadas,

volvieron venturosas.



No mires los ejemplos

de las que van y tornan,

que a muchas ha perdido

la dicha de las otras.



Para los altos mares

no llevas cautelosa

ni velas de mentiras,

ni remos de lisonjas.



¿Quién te engañó, barquilla?

Vuelve, vuelve la proa,

que presumir de nave

fortunas ocasiona.



¿Qué jarcias te entretejen?

¿Qué ricas banderolas

azote son del viento

y de las aguas sombra?



¿En qué gabia descubres

del árbol alta copa,

la tierra en perspectiva,

del mar incultas orlas?



¿En qué celajes fundas

que es bien echar la sonda,

cuando, perdido el rumbo,

erraste la derrota?



Si te sepulta arena,

¿qué sirve fama heroica?

Que nunca desdichados

sus pensamientos logran.



¿Qué importa que te ciñan

ramas verdes o rojas,

que en selvas de corales

salado césped brota?



Laureles de la orilla

solamente coronan

navíos de alto borde

que jarcias de oro adornan.



No quieras que yo sea

por tu soberbia pompa

faetonte de barqueros,

que los laureles lloran.



Pasaron ya los tiempos

cuando, lamiendo rosas,

el céfiro bullía

y suspiraba aromas.



Ya fieros huracanes

tan arrogantes soplan,

que, salpicando estrellas,

del sol la frente mojan.



Ya los valientes rayos

de la vulcana forja,

en vez de torres altas,

abrasan pobres chozas.



Contenta con tus redes,

a la playa arenosa

mojado me sacabas;

pero vivo, ¿qué importa?





Cuando de rojo nácar

se afeitaba la aurora,

más peces te llenaban

que ella lloraba aljófar.



Al bello sol que adoro,

enjuta ya la ropa,

nos daba una cabaña

la cama de sus hojas.



Esposo me llamaba,

yo la llamaba esposa,

parándose de envidia

la celestial antorcha.



Sin pleito, sin disgusto,

la muerte nos divorcia:

¡Ay de la pobre barca

que en lágrimas se ahoga!



Quedad sobre el arena,

inútiles escotas;

que no ha menester velas

quien a su bien no torna.



Si con eternas plantas

las fijas luces doras,

¡oh dueño de mi barca!,

y en dulce paz reposas,



merezca que le pidas

al bien que eterno gozas

que adonde estás me lleve

más pura y más hermosa.



Mi honesto amor te obligue;

que no es digna vitoria

para quejas humanas

ser las deidades sordas.



Mas ¡ay, que no me escuchas!

Pero la vida es corta:

viviendo, todo falta;

muriendo, todo sobra.

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