miércoles, 5 de noviembre de 2008

Gallardo pasea Zaide

Gallardo pasea Zaide

puerta y calle de su dama,

que desea en gran manera

ver su imagen y adorarla,



porque se vido sin ella

en una ausencia muy larga,

que desdichas le sacaron

desterrado de Granada,



no por muerte de hombre alguno

ni por traidor a su dama,

mas por dar gusto a enemigos,

si es que en el moro se hallan,



porque es hidalgo en sus cosas,

y tanto que al mundo espantan

sus larguezas, pues por ellas

el moro dejó su patria;



pero a Granada volvió

a pesar de ruin canalla,

porque siendo un moro noble

enemigos nunca faltan.



Alzó la cabeza y vido

a su Zaida a la ventana,

tan bizarra y tan hermosa

que al sol quita su luz clara.



Zaida se huelga de ver

a quien ha entregado el alma,

tan turbada, y tan alegre,

y cuanto alegre turbada,



porque su grande desdicha

le dio nombre de casada,

aunque no por eso piensa

olvidar a quien bien ama.



El moro se regocija,

y con dolor de su alma,

por no tener más lugar,

que el puesto no se le daba,



por ser el moro celoso

de quien es esposa Zaida,

y en gozo, contento y pena

le envió aquestas palabras:



«—¡Oh más hermosa y más bella

que la aurora aljofarada,

mora de los ojos míos,

que otra beldad no te iguala!



Dime, ¿fáltate salud

después que el verme te falta?

Mas según la muestra has dado

amor es el que te falta,



pues mira, diosa cruel

lo que me cuestas del alma,

y cuántas noches dormí

debajo de tus ventanas;



y mira que dos mil veces

recreándome en tus faldas,

decías: «—El firme amor

sólo entre los dos se halla»,



pues que por mí no ha quedado,

que cumplo por mi desgracia

lo que prometo una vez,

cúmplelo también, ingrata.



No pido más que te acuerdes,

mira mi humilde demanda,

pues en pensar sólo en ti

me ocupo tarde y mañana—».



Su prolijo razonar

creo el moro no acabara,

si no faltara la lengua

que estaba medio trabada.



La mora tiene la suya

de tal suerte, que no acaba

de acabar de abrir la gloria

al moro con la palabra,



vertiendo de entrambos ojos

perlas con que le aplacaba,

al moro sus quejas tristes

dijo la discreta Zaida:



«—Zaide mío, a Alá prometo

de cumplirte la palabra

que es jamás no te olvidar,

pues no olvida quien bien ama;



pero yo no me aseguro

ni estoy de mí confiada,

que suele a cuerpo presente

ser la vigilia doblada,



y más tú que lisonjeas,

que ya lo tienes por gala,

de ser como aquí lo has dicho,

no habiendo en mí bueno nada.



Sé muy bien lo que te debo

y plugiese a Alá quedara

hecho mi cuerpo pedazos

antes que yo me casara,



que no hay rato de contento

en mí, ni un punto se aparta

este mi moro enemigo

de mi lado y de mi cama,



y no me deja salir,

ni asomarme a la ventana,

ni hablar con mis amigas

ni hallarme en fiestas o zambras—».



No pudo escuchalla más

el moro, y así se aparta

hechos los ojos dos fuentes

de lágrimas que derrama.



Zaida, no menos que él,

se quita de la ventana,

y aunque apartaron los cuerpos

juntas quedaron las almas.

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