Hermosas alamedas
deste prado florido
por donde entrar el sol pretende en vano;
fuentes puras y ledas,
que con manso rüido
a las aves lleváis el canto llano;
monte de nieve cano,
a quien te mira plata,
hasta que el sol en agua te desata;
con diferentes ojos
os miran mis cuidados,
pareciéndome espejos diferentes,
pues veo los enojos
de los tiempos pasados,
para llorar que los perdí presentes;
montes, árboles, fuentes,
estadme un rato atentos;
veréis que he puesto en paz mis pensamientos.
En gran lugar se puso,
¡oh, santas soledades!,
quien goza el bien que vuestro campo encierra
y libre del confuso
rumor de las ciudades,
es dueño de sí mismo en poca tierra,
adonde ni la guerra
sus paces interrompe,
ni ajeno yugo su silencio rompe.
Ni por oficio grave
que el más indigno tenga,
la envidia o lisonja le lastima,
ni espera que la nave
del indio a España venga
preñada del metal que el mundo estima:
ya el duro mar la oprima,
o ya segura quede,
ni le puede quitar, ni darle puede.
Ni amor con blando sueño
de imaginar süave
al suyo dio solícitos desvelos,
ni adora tierno dueño,
ni se queja del grave,
ni sus méritos puso contra celos;
que si a los mismos cielos
no toca el señorío,
¿por qué ha de ser esclavo el albedrío?
Agradecida mira
la planta, que a su mano,
porque la puso, le rindió tributo;
y contento, se admira
de ver que el cortesano
de tantas esperanzas pierda el fruto;
que no hay rey absoluto
como el que por sus leyes
conoce desde lejos a los reyes.
Siempre el hombre discreto
donde el poder alcanza
el apariencia del vivir limita;
dichoso el que este efeto
ha dado a su esperanza,
y del caer las ocasiones quita;
si en la tierra que habita
los ojos pone atentos,
aun no pasa de allí los pensamientos.
Quien no sirve ni ama,
ni teme ni desea,
ni pide ni aconseja al poderoso,
y con honesta fama
en su aumento se emplea,
sólo puede llamarse venturoso.
¡Oh mil veces dichoso
quien no tiene enemigo
y todos le codician por amigo!
miércoles, 5 de noviembre de 2008
Silvio a una blanca corderilla suya
Silvio a una blanca corderilla suya,
de celos de un pastor, tiró el cayado,
con ser la más hermosa del ganado;
¡oh amor!, ¿qué no podrá la fuerza tuya?
Huyó quejosa, que es razón que huya,
habiéndola sin culpa castigado;
lloró el pastor buscando el monte y prado,
que es justo que quien debe restituya.
Hallóla una pastora en esta afrenta,
y al fin la trajo al dueño, aunque tirano,
de verle arrepentido enternecida.
Diole sal el pastor y ella, contenta,
la tomó de la misma injusta mano;
que un firme amor cualquier agravio olvida.
de celos de un pastor, tiró el cayado,
con ser la más hermosa del ganado;
¡oh amor!, ¿qué no podrá la fuerza tuya?
Huyó quejosa, que es razón que huya,
habiéndola sin culpa castigado;
lloró el pastor buscando el monte y prado,
que es justo que quien debe restituya.
Hallóla una pastora en esta afrenta,
y al fin la trajo al dueño, aunque tirano,
de verle arrepentido enternecida.
Diole sal el pastor y ella, contenta,
la tomó de la misma injusta mano;
que un firme amor cualquier agravio olvida.
Gallardo pasea Zaide
Gallardo pasea Zaide
puerta y calle de su dama,
que desea en gran manera
ver su imagen y adorarla,
porque se vido sin ella
en una ausencia muy larga,
que desdichas le sacaron
desterrado de Granada,
no por muerte de hombre alguno
ni por traidor a su dama,
mas por dar gusto a enemigos,
si es que en el moro se hallan,
porque es hidalgo en sus cosas,
y tanto que al mundo espantan
sus larguezas, pues por ellas
el moro dejó su patria;
pero a Granada volvió
a pesar de ruin canalla,
porque siendo un moro noble
enemigos nunca faltan.
Alzó la cabeza y vido
a su Zaida a la ventana,
tan bizarra y tan hermosa
que al sol quita su luz clara.
Zaida se huelga de ver
a quien ha entregado el alma,
tan turbada, y tan alegre,
y cuanto alegre turbada,
porque su grande desdicha
le dio nombre de casada,
aunque no por eso piensa
olvidar a quien bien ama.
El moro se regocija,
y con dolor de su alma,
por no tener más lugar,
que el puesto no se le daba,
por ser el moro celoso
de quien es esposa Zaida,
y en gozo, contento y pena
le envió aquestas palabras:
«—¡Oh más hermosa y más bella
que la aurora aljofarada,
mora de los ojos míos,
que otra beldad no te iguala!
Dime, ¿fáltate salud
después que el verme te falta?
Mas según la muestra has dado
amor es el que te falta,
pues mira, diosa cruel
lo que me cuestas del alma,
y cuántas noches dormí
debajo de tus ventanas;
y mira que dos mil veces
recreándome en tus faldas,
decías: «—El firme amor
sólo entre los dos se halla»,
pues que por mí no ha quedado,
que cumplo por mi desgracia
lo que prometo una vez,
cúmplelo también, ingrata.
No pido más que te acuerdes,
mira mi humilde demanda,
pues en pensar sólo en ti
me ocupo tarde y mañana—».
Su prolijo razonar
creo el moro no acabara,
si no faltara la lengua
que estaba medio trabada.
La mora tiene la suya
de tal suerte, que no acaba
de acabar de abrir la gloria
al moro con la palabra,
vertiendo de entrambos ojos
perlas con que le aplacaba,
al moro sus quejas tristes
dijo la discreta Zaida:
«—Zaide mío, a Alá prometo
de cumplirte la palabra
que es jamás no te olvidar,
pues no olvida quien bien ama;
pero yo no me aseguro
ni estoy de mí confiada,
que suele a cuerpo presente
ser la vigilia doblada,
y más tú que lisonjeas,
que ya lo tienes por gala,
de ser como aquí lo has dicho,
no habiendo en mí bueno nada.
Sé muy bien lo que te debo
y plugiese a Alá quedara
hecho mi cuerpo pedazos
antes que yo me casara,
que no hay rato de contento
en mí, ni un punto se aparta
este mi moro enemigo
de mi lado y de mi cama,
y no me deja salir,
ni asomarme a la ventana,
ni hablar con mis amigas
ni hallarme en fiestas o zambras—».
No pudo escuchalla más
el moro, y así se aparta
hechos los ojos dos fuentes
de lágrimas que derrama.
Zaida, no menos que él,
se quita de la ventana,
y aunque apartaron los cuerpos
juntas quedaron las almas.
puerta y calle de su dama,
que desea en gran manera
ver su imagen y adorarla,
porque se vido sin ella
en una ausencia muy larga,
que desdichas le sacaron
desterrado de Granada,
no por muerte de hombre alguno
ni por traidor a su dama,
mas por dar gusto a enemigos,
si es que en el moro se hallan,
porque es hidalgo en sus cosas,
y tanto que al mundo espantan
sus larguezas, pues por ellas
el moro dejó su patria;
pero a Granada volvió
a pesar de ruin canalla,
porque siendo un moro noble
enemigos nunca faltan.
Alzó la cabeza y vido
a su Zaida a la ventana,
tan bizarra y tan hermosa
que al sol quita su luz clara.
Zaida se huelga de ver
a quien ha entregado el alma,
tan turbada, y tan alegre,
y cuanto alegre turbada,
porque su grande desdicha
le dio nombre de casada,
aunque no por eso piensa
olvidar a quien bien ama.
El moro se regocija,
y con dolor de su alma,
por no tener más lugar,
que el puesto no se le daba,
por ser el moro celoso
de quien es esposa Zaida,
y en gozo, contento y pena
le envió aquestas palabras:
«—¡Oh más hermosa y más bella
que la aurora aljofarada,
mora de los ojos míos,
que otra beldad no te iguala!
Dime, ¿fáltate salud
después que el verme te falta?
Mas según la muestra has dado
amor es el que te falta,
pues mira, diosa cruel
lo que me cuestas del alma,
y cuántas noches dormí
debajo de tus ventanas;
y mira que dos mil veces
recreándome en tus faldas,
decías: «—El firme amor
sólo entre los dos se halla»,
pues que por mí no ha quedado,
que cumplo por mi desgracia
lo que prometo una vez,
cúmplelo también, ingrata.
No pido más que te acuerdes,
mira mi humilde demanda,
pues en pensar sólo en ti
me ocupo tarde y mañana—».
Su prolijo razonar
creo el moro no acabara,
si no faltara la lengua
que estaba medio trabada.
La mora tiene la suya
de tal suerte, que no acaba
de acabar de abrir la gloria
al moro con la palabra,
vertiendo de entrambos ojos
perlas con que le aplacaba,
al moro sus quejas tristes
dijo la discreta Zaida:
«—Zaide mío, a Alá prometo
de cumplirte la palabra
que es jamás no te olvidar,
pues no olvida quien bien ama;
pero yo no me aseguro
ni estoy de mí confiada,
que suele a cuerpo presente
ser la vigilia doblada,
y más tú que lisonjeas,
que ya lo tienes por gala,
de ser como aquí lo has dicho,
no habiendo en mí bueno nada.
Sé muy bien lo que te debo
y plugiese a Alá quedara
hecho mi cuerpo pedazos
antes que yo me casara,
que no hay rato de contento
en mí, ni un punto se aparta
este mi moro enemigo
de mi lado y de mi cama,
y no me deja salir,
ni asomarme a la ventana,
ni hablar con mis amigas
ni hallarme en fiestas o zambras—».
No pudo escuchalla más
el moro, y así se aparta
hechos los ojos dos fuentes
de lágrimas que derrama.
Zaida, no menos que él,
se quita de la ventana,
y aunque apartaron los cuerpos
juntas quedaron las almas.
Pobre barquilla mia
Pobre barquilla mía,
entre peñascos rota,
sin velas desvelada,
y entre las olas sola:
¿Adónde vas perdida?
¿Adónde, di, te engolfas?
Que no hay deseos cuerdos
con esperanzas locas.
Como las altas naves
te apartas animosa
de la vecina tierra,
y al fiero mar te arrojas.
Igual en las fortunas,
mayor en las congojas,
pequeño en las defensas,
incitas a las ondas.
Advierte que te llevan
a dar entre las rocas
de la soberbia envidia,
naufragio de las honras.
Cuando por las riberas
andabas costa a costa,
nunca del mar temiste
las iras procelosas.
Segura navegabas;
que por la tierra propia
nunca el peligro es mucho
adonde el agua es poca.
Verdad es que en la patria
no es la virtud dichosa,
ni se estimó la perla
hasta dejar la concha.
Dirás que muchas barcas
con el favor en popa,
saliendo desdichadas,
volvieron venturosas.
No mires los ejemplos
de las que van y tornan,
que a muchas ha perdido
la dicha de las otras.
Para los altos mares
no llevas cautelosa
ni velas de mentiras,
ni remos de lisonjas.
¿Quién te engañó, barquilla?
Vuelve, vuelve la proa,
que presumir de nave
fortunas ocasiona.
¿Qué jarcias te entretejen?
¿Qué ricas banderolas
azote son del viento
y de las aguas sombra?
¿En qué gabia descubres
del árbol alta copa,
la tierra en perspectiva,
del mar incultas orlas?
¿En qué celajes fundas
que es bien echar la sonda,
cuando, perdido el rumbo,
erraste la derrota?
Si te sepulta arena,
¿qué sirve fama heroica?
Que nunca desdichados
sus pensamientos logran.
¿Qué importa que te ciñan
ramas verdes o rojas,
que en selvas de corales
salado césped brota?
Laureles de la orilla
solamente coronan
navíos de alto borde
que jarcias de oro adornan.
No quieras que yo sea
por tu soberbia pompa
faetonte de barqueros,
que los laureles lloran.
Pasaron ya los tiempos
cuando, lamiendo rosas,
el céfiro bullía
y suspiraba aromas.
Ya fieros huracanes
tan arrogantes soplan,
que, salpicando estrellas,
del sol la frente mojan.
Ya los valientes rayos
de la vulcana forja,
en vez de torres altas,
abrasan pobres chozas.
Contenta con tus redes,
a la playa arenosa
mojado me sacabas;
pero vivo, ¿qué importa?
Cuando de rojo nácar
se afeitaba la aurora,
más peces te llenaban
que ella lloraba aljófar.
Al bello sol que adoro,
enjuta ya la ropa,
nos daba una cabaña
la cama de sus hojas.
Esposo me llamaba,
yo la llamaba esposa,
parándose de envidia
la celestial antorcha.
Sin pleito, sin disgusto,
la muerte nos divorcia:
¡Ay de la pobre barca
que en lágrimas se ahoga!
Quedad sobre el arena,
inútiles escotas;
que no ha menester velas
quien a su bien no torna.
Si con eternas plantas
las fijas luces doras,
¡oh dueño de mi barca!,
y en dulce paz reposas,
merezca que le pidas
al bien que eterno gozas
que adonde estás me lleve
más pura y más hermosa.
Mi honesto amor te obligue;
que no es digna vitoria
para quejas humanas
ser las deidades sordas.
Mas ¡ay, que no me escuchas!
Pero la vida es corta:
viviendo, todo falta;
muriendo, todo sobra.
entre peñascos rota,
sin velas desvelada,
y entre las olas sola:
¿Adónde vas perdida?
¿Adónde, di, te engolfas?
Que no hay deseos cuerdos
con esperanzas locas.
Como las altas naves
te apartas animosa
de la vecina tierra,
y al fiero mar te arrojas.
Igual en las fortunas,
mayor en las congojas,
pequeño en las defensas,
incitas a las ondas.
Advierte que te llevan
a dar entre las rocas
de la soberbia envidia,
naufragio de las honras.
Cuando por las riberas
andabas costa a costa,
nunca del mar temiste
las iras procelosas.
Segura navegabas;
que por la tierra propia
nunca el peligro es mucho
adonde el agua es poca.
Verdad es que en la patria
no es la virtud dichosa,
ni se estimó la perla
hasta dejar la concha.
Dirás que muchas barcas
con el favor en popa,
saliendo desdichadas,
volvieron venturosas.
No mires los ejemplos
de las que van y tornan,
que a muchas ha perdido
la dicha de las otras.
Para los altos mares
no llevas cautelosa
ni velas de mentiras,
ni remos de lisonjas.
¿Quién te engañó, barquilla?
Vuelve, vuelve la proa,
que presumir de nave
fortunas ocasiona.
¿Qué jarcias te entretejen?
¿Qué ricas banderolas
azote son del viento
y de las aguas sombra?
¿En qué gabia descubres
del árbol alta copa,
la tierra en perspectiva,
del mar incultas orlas?
¿En qué celajes fundas
que es bien echar la sonda,
cuando, perdido el rumbo,
erraste la derrota?
Si te sepulta arena,
¿qué sirve fama heroica?
Que nunca desdichados
sus pensamientos logran.
¿Qué importa que te ciñan
ramas verdes o rojas,
que en selvas de corales
salado césped brota?
Laureles de la orilla
solamente coronan
navíos de alto borde
que jarcias de oro adornan.
No quieras que yo sea
por tu soberbia pompa
faetonte de barqueros,
que los laureles lloran.
Pasaron ya los tiempos
cuando, lamiendo rosas,
el céfiro bullía
y suspiraba aromas.
Ya fieros huracanes
tan arrogantes soplan,
que, salpicando estrellas,
del sol la frente mojan.
Ya los valientes rayos
de la vulcana forja,
en vez de torres altas,
abrasan pobres chozas.
Contenta con tus redes,
a la playa arenosa
mojado me sacabas;
pero vivo, ¿qué importa?
Cuando de rojo nácar
se afeitaba la aurora,
más peces te llenaban
que ella lloraba aljófar.
Al bello sol que adoro,
enjuta ya la ropa,
nos daba una cabaña
la cama de sus hojas.
Esposo me llamaba,
yo la llamaba esposa,
parándose de envidia
la celestial antorcha.
Sin pleito, sin disgusto,
la muerte nos divorcia:
¡Ay de la pobre barca
que en lágrimas se ahoga!
Quedad sobre el arena,
inútiles escotas;
que no ha menester velas
quien a su bien no torna.
Si con eternas plantas
las fijas luces doras,
¡oh dueño de mi barca!,
y en dulce paz reposas,
merezca que le pidas
al bien que eterno gozas
que adonde estás me lleve
más pura y más hermosa.
Mi honesto amor te obligue;
que no es digna vitoria
para quejas humanas
ser las deidades sordas.
Mas ¡ay, que no me escuchas!
Pero la vida es corta:
viviendo, todo falta;
muriendo, todo sobra.
Pululando de culto
Pululando de culto, Claudio amigo,
minotaurista soy desde mañana;
derelinquo la frasi castellana,
vayan las Solitúdines conmigo.
Por precursora, desde hoy más me obligo
al aurora llamar Bautista o Juana,
chamelote la mar, la ronca rana
mosca del agua, y sarna de oro al trigo.
Mal afecto de mí, con tedio y murrio,
cáligas diré ya, que no griguiescos
como en el tiempo del pastor Bandurrio.
Estos versos, ¿son turcos o tudescos?
Tú, Letor Garibay, si eres bamburrio,
apláudelos, que son cultidiablescos.
minotaurista soy desde mañana;
derelinquo la frasi castellana,
vayan las Solitúdines conmigo.
Por precursora, desde hoy más me obligo
al aurora llamar Bautista o Juana,
chamelote la mar, la ronca rana
mosca del agua, y sarna de oro al trigo.
Mal afecto de mí, con tedio y murrio,
cáligas diré ya, que no griguiescos
como en el tiempo del pastor Bandurrio.
Estos versos, ¿son turcos o tudescos?
Tú, Letor Garibay, si eres bamburrio,
apláudelos, que son cultidiablescos.
Serrana hermosa
Serrana hermosa, que de nieve helada
fueras como en color en el efeto,
si amor no hallara en tu rigor posada;
del sol y de mi vista claro objeto,
centro del alma, que a tu gloria aspira,
y de mi verso altísimo sujeto;
alba dichosa, en que mi noche espira,
divino basilisco, lince hermoso,
nube de amor, por quien sus rayos tira;
salteadora gentil, monstruo amoroso,
salamandra de nieve y no de fuego,
para que viva con mayor reposo.
Hoy, que a estos montes y a la muerte llego,
donde vine sin ti, sin alma y vida,
te escribo, de llorar cansado y ciego.
Pero dirás que es pena merecida
de quien pudo sufrir mirar tus ojos
con lágrimas de amor en la partida.
Advierte que eres alma en los despojos
desta parte mortal, que a ser la mía,
faltara en tantas lágrimas y enojos;
que no viviera quien de ti partía,
ni ausente ahora, a no esforzarle tanto
las esperanzas de un alegría día.
Aquella noche en su mayor espanto
consideré la pena del perderte,
la duda soledad creciendo el llanto,
y llamando mil veces a la muerte,
otras tantas miré que me quitaba
la dulce gloria de volver a verte.
A la ciudad famosa que dejaba,
la cabeza volvía, que desde lejos
sus muros con sus fuegos me enseñaba,
y dándome en los ojos los reflejos,
gran tiempo hacia la parte en que vivías
los tuvo amor suspensos y perplejos.
Y como imaginaba que tendrías
de lágrimas los bellos ojos llenos,
pensándolas juntar crecí las mías.
Mas como los amigos, desde ajenos,
reparasen en ver que me paraba
en el mayor dolor, fue el llanto menos.
Ya, pues, que el alma y la ciudad dejaba,
y no se oía del famoso río
el claro son que con sus muros lava,
«Adiós, dije mil veces, dueño mío,
hasta que a verme en tu ribera vuelva,
de quien tan tiernamente me desvío».
No suele el ruiseñor en verde selva
llorar el nido de uno en otro ramo
de florido arrayán y madreselva,
con más doliente voz que yo te llamo,
ausente de mis dulces pajarillos,
por quien en llanto el corazón derramo,
ni brama, si le quitan sus novillos,
con más dolor la vaca, atravesando
los campos de agostados amarillos;
ni con arrullo más lloroso y blando
la tórtola se queja, prenda mía,
que yo me estoy de mi dolor quejando.
Lucinda, sin tu dulce compañía,
y sin las prendas de tu hermoso pecho,
todo es llorar desde la noche al día,
que con sólo pensar que está deshecho
mi nido ausente, me atraviesa el alma,
dando mil nudos a mi cuello estrecho;
que con dolor de que le dejo en calma,
y el fruto de mi amor goza otro dueño,
parece que he sembrado ingrata palma».
Llegué, Lucinda, al fin, sin verme el sueño,
en tres veces que el sol me vio tan triste,
a la aspereza de un lugar pequeño,
a quien de murtas y peñascos viste
Sierra Morena, que se pone en medio
del dichoso lugar en que naciste.
Allí me pareció que sin remedio
llegaba el fin de mi mortal camino,
habiendo apenas caminado el medio,
y cuando ya mi pensamiento vino,
dejando atrás la Sierra, a imaginarte,
creció con el dolor el desatino;
que con pensar que estás de la otra parte,
me pareció que me quitó la Sierra
la dulce gloria de poder mirarte.
Bajé a los llanos de esta humilde tierra,
adonde me prendiste y cautivaste,
y yo fui esclavo de tu dulce guerra.
No estaba el Tajo con el verde engaste
de su florida margen cual solía,
cuando con esos pies su orilla honraste;
ni el agua clara a su pesar subía
por las sonoras ruedas ni bajaba,
y en pedazos de plata se rompía;
ni Filomena su dolor cantaba,
ni se enlazaba parra con espino,
ni yedra por los árboles trepaba;
ni pastor extranjero ni vecino
se coronaba del laurel ingrato,
que algunos tienen por laurel divino.
Era su valle imagen y retrato
del lugar que la corte desampara,
del alma de su espléndido aparato.
Yo, como aquel que a contemplar se para
rüinas tristes de pasadas glorias,
en agua de dolor bañé mi cara.
De tropel acudieron las memorias,
los asientos, los gustos, los favores,
que a veces los lugares son historias,
y en más de dos que yo te dije amores,
parece que escuchaba tus respuestas,
y que estaban allí las mismas flores.
Mas como en desventuras manifiestas
suele ser tan costoso el desengaño
y sus veloces alas son tan prestas,
vencido de la fuerza de mi daño,
caí desde mí mismo medio muerto
y conmigo también mi dulce engaño.
Teniendo, pues, mi duro fin por cierto,
las ninfas de las aguas, los pastores
del soto y los vaqueros del desierto,
cubriéndome de yerbas y de flores,
me lloraban, diciendo: «Aquí fenece
el hombre que mejor trató de amores,
y puesto que Lucinda le merece,
que su vida consista en su presencia,
él también con su muerte la engrandece».
Entonces yo, que haciendo resistencia
estaba con tu luz al dolor mío,
abrí los ojos, que cerró tu ausencia.
Luego desamparando el valle frío
las ninfas bellas con sus rubias frentes
rompieron el cristal del manso río,
y en círculos de vidro transparentes
las divididas aguas resonaron,
y en las peñas los ecos diferentes.
Los pastores también desampararon
el muerto vivo, y en la tibia arena
por sombra de quien era me dejaron.
Yo solo, acompañado de mi pena,
volviste al alma, del dolor quejoso,
que de pensar en ti la tuvo ajena.
Así ha llegado aquel pastor dichoso,
Lucinda, que llamaban dueño tuyo,
del Betis rico al Tajo caudaloso:
éste que miras es retraso suyo,
que así el esclavo que llorando pierdes
a tus divinos ojos restituyo.
O ya me olvides o de mí te acuerdes,
si te olvidares mientras tengo vida,
marchite amor mis esperanzas verdes.
Cosa que al cielo por mi bien le pida
jamás me cumpla, si otra cosa fuere
de aquestos ojos, donde estás, querida.
En tanto que mi espíritu rigiere
el cuerpo que tus brazos estimaron,
nadie los míos ocupar espere;
la memoria que en ellos me dejaron
es alcalde de aquella fortaleza
que tus hermosos ojos conquistaron.
Tú conoces, Lucinda, mi firmeza,
y que es de acero el pensamiento mío
con las pastoras de mayor belleza.
Ya sabes el rigor de mi desvío
con Flora, que te tuvo tan celosa,
a cuyo fuego respondí tan frío;
pues bien conoces tú que es Flora hermosa,
y que con serlo, sin remedio vive,
envidiosa de ti, de mí quejosa.
Bien sabes que habla bien, que bien escribe
y que me solicita y me regala,
por más desprecios que de mí recibe.
Mas yo, que de tu pie, donaire y gala
estimo más la cinta que desecha
que todo el oro con que a Creso iguala,
sólo estimo tenerte sin sospecha,
que no ha nacido ahora quien desate
de tanto amor lazada tan estrecha.
Cuando de yerbas de Tesalia trate,
y discurriendo el monte de la luna
los espíritus ínfimos maltrate,
no hay fuerza en yerba ni en palabra alguna
contra mi voluntad, que hizo el cielo
libre en adversa y próspera fortuna.
Tú sola mereciste mi desvelo,
y yo también después de larga historia
con mi fuego de amor vencer tu hielo.
Viva con esto alegre tu memoria,
que como amar con celos es infierno,
amar sin ellos es descanso y gloria,
que yo, sin atender a mi gobierno,
no he de apartarme de adorarte ausente,
si de ti lo estuviese un siglo eterno.
El sol mil veces discurriendo cuente
del cielo los dorados paralelos,
y de su blanca hermana el rostro aumente,
que los diamantes de sus puros velos,
que viven fijos en su otava esfera,
no han de igualarme aunque me maten celos.
No habrá cosa jamás en la ribera
en que no te contemplen estos ojos,
mientras ausente de los tuyos muera;
en el jazmín tus cándidos despojos;
en la rosa encarnada tus mejillas,
tu bella boca en los claveles rojos;
tu olor en las retamas amarillas,
y en maravillas que mis cabras pacen
contemplaré también tus maravillas.
Y cuando aquellos arroyuelos que hacen
templados, a mis quejas consonancia
desde la sierra, donde juntos nacen,
dejando el sol la furia y arrogancia
de dos tan encendidos animales,
volviere el año a su primera estancia,
a pesar de sus fuentes naturales,
del yelo arrebatadas sus corrientes,
cuelguen por estas peñas sus cristales,
contemplaré tus concertados dientes,
y a veces en carámbanos mayores
los dedos de tus manos transparentes.
Tu voz me acordarán los ruiseñores,
y de estas yedras y olmos los abrazos
nuestros hermafrodíticos amores.
Aquestos nidos de diversos lazos,
donde ahora se besan dos palomas,
por ver mis prendas burlarán mis brazos,
Tú, si mejor tus pensamientos domas,
en tanto que yo quedo sin sentido,
dime el remedio de vivir que tomas,
que aunque todas las aguas del olvido
bebiese yo, por imposible tengo
que me escapase de tu lazo asido,
donde la vida a más dolor prevengo:
¡triste de aquel que por estrellas ama,
si no soy yo, porque a tus manos vengo!
Donde si espero de mis versos fama,
a ti lo debo, que tú sola puedes
dar a mi frente de laurel la rama,
donde muriendo vencedora quedes.
fueras como en color en el efeto,
si amor no hallara en tu rigor posada;
del sol y de mi vista claro objeto,
centro del alma, que a tu gloria aspira,
y de mi verso altísimo sujeto;
alba dichosa, en que mi noche espira,
divino basilisco, lince hermoso,
nube de amor, por quien sus rayos tira;
salteadora gentil, monstruo amoroso,
salamandra de nieve y no de fuego,
para que viva con mayor reposo.
Hoy, que a estos montes y a la muerte llego,
donde vine sin ti, sin alma y vida,
te escribo, de llorar cansado y ciego.
Pero dirás que es pena merecida
de quien pudo sufrir mirar tus ojos
con lágrimas de amor en la partida.
Advierte que eres alma en los despojos
desta parte mortal, que a ser la mía,
faltara en tantas lágrimas y enojos;
que no viviera quien de ti partía,
ni ausente ahora, a no esforzarle tanto
las esperanzas de un alegría día.
Aquella noche en su mayor espanto
consideré la pena del perderte,
la duda soledad creciendo el llanto,
y llamando mil veces a la muerte,
otras tantas miré que me quitaba
la dulce gloria de volver a verte.
A la ciudad famosa que dejaba,
la cabeza volvía, que desde lejos
sus muros con sus fuegos me enseñaba,
y dándome en los ojos los reflejos,
gran tiempo hacia la parte en que vivías
los tuvo amor suspensos y perplejos.
Y como imaginaba que tendrías
de lágrimas los bellos ojos llenos,
pensándolas juntar crecí las mías.
Mas como los amigos, desde ajenos,
reparasen en ver que me paraba
en el mayor dolor, fue el llanto menos.
Ya, pues, que el alma y la ciudad dejaba,
y no se oía del famoso río
el claro son que con sus muros lava,
«Adiós, dije mil veces, dueño mío,
hasta que a verme en tu ribera vuelva,
de quien tan tiernamente me desvío».
No suele el ruiseñor en verde selva
llorar el nido de uno en otro ramo
de florido arrayán y madreselva,
con más doliente voz que yo te llamo,
ausente de mis dulces pajarillos,
por quien en llanto el corazón derramo,
ni brama, si le quitan sus novillos,
con más dolor la vaca, atravesando
los campos de agostados amarillos;
ni con arrullo más lloroso y blando
la tórtola se queja, prenda mía,
que yo me estoy de mi dolor quejando.
Lucinda, sin tu dulce compañía,
y sin las prendas de tu hermoso pecho,
todo es llorar desde la noche al día,
que con sólo pensar que está deshecho
mi nido ausente, me atraviesa el alma,
dando mil nudos a mi cuello estrecho;
que con dolor de que le dejo en calma,
y el fruto de mi amor goza otro dueño,
parece que he sembrado ingrata palma».
Llegué, Lucinda, al fin, sin verme el sueño,
en tres veces que el sol me vio tan triste,
a la aspereza de un lugar pequeño,
a quien de murtas y peñascos viste
Sierra Morena, que se pone en medio
del dichoso lugar en que naciste.
Allí me pareció que sin remedio
llegaba el fin de mi mortal camino,
habiendo apenas caminado el medio,
y cuando ya mi pensamiento vino,
dejando atrás la Sierra, a imaginarte,
creció con el dolor el desatino;
que con pensar que estás de la otra parte,
me pareció que me quitó la Sierra
la dulce gloria de poder mirarte.
Bajé a los llanos de esta humilde tierra,
adonde me prendiste y cautivaste,
y yo fui esclavo de tu dulce guerra.
No estaba el Tajo con el verde engaste
de su florida margen cual solía,
cuando con esos pies su orilla honraste;
ni el agua clara a su pesar subía
por las sonoras ruedas ni bajaba,
y en pedazos de plata se rompía;
ni Filomena su dolor cantaba,
ni se enlazaba parra con espino,
ni yedra por los árboles trepaba;
ni pastor extranjero ni vecino
se coronaba del laurel ingrato,
que algunos tienen por laurel divino.
Era su valle imagen y retrato
del lugar que la corte desampara,
del alma de su espléndido aparato.
Yo, como aquel que a contemplar se para
rüinas tristes de pasadas glorias,
en agua de dolor bañé mi cara.
De tropel acudieron las memorias,
los asientos, los gustos, los favores,
que a veces los lugares son historias,
y en más de dos que yo te dije amores,
parece que escuchaba tus respuestas,
y que estaban allí las mismas flores.
Mas como en desventuras manifiestas
suele ser tan costoso el desengaño
y sus veloces alas son tan prestas,
vencido de la fuerza de mi daño,
caí desde mí mismo medio muerto
y conmigo también mi dulce engaño.
Teniendo, pues, mi duro fin por cierto,
las ninfas de las aguas, los pastores
del soto y los vaqueros del desierto,
cubriéndome de yerbas y de flores,
me lloraban, diciendo: «Aquí fenece
el hombre que mejor trató de amores,
y puesto que Lucinda le merece,
que su vida consista en su presencia,
él también con su muerte la engrandece».
Entonces yo, que haciendo resistencia
estaba con tu luz al dolor mío,
abrí los ojos, que cerró tu ausencia.
Luego desamparando el valle frío
las ninfas bellas con sus rubias frentes
rompieron el cristal del manso río,
y en círculos de vidro transparentes
las divididas aguas resonaron,
y en las peñas los ecos diferentes.
Los pastores también desampararon
el muerto vivo, y en la tibia arena
por sombra de quien era me dejaron.
Yo solo, acompañado de mi pena,
volviste al alma, del dolor quejoso,
que de pensar en ti la tuvo ajena.
Así ha llegado aquel pastor dichoso,
Lucinda, que llamaban dueño tuyo,
del Betis rico al Tajo caudaloso:
éste que miras es retraso suyo,
que así el esclavo que llorando pierdes
a tus divinos ojos restituyo.
O ya me olvides o de mí te acuerdes,
si te olvidares mientras tengo vida,
marchite amor mis esperanzas verdes.
Cosa que al cielo por mi bien le pida
jamás me cumpla, si otra cosa fuere
de aquestos ojos, donde estás, querida.
En tanto que mi espíritu rigiere
el cuerpo que tus brazos estimaron,
nadie los míos ocupar espere;
la memoria que en ellos me dejaron
es alcalde de aquella fortaleza
que tus hermosos ojos conquistaron.
Tú conoces, Lucinda, mi firmeza,
y que es de acero el pensamiento mío
con las pastoras de mayor belleza.
Ya sabes el rigor de mi desvío
con Flora, que te tuvo tan celosa,
a cuyo fuego respondí tan frío;
pues bien conoces tú que es Flora hermosa,
y que con serlo, sin remedio vive,
envidiosa de ti, de mí quejosa.
Bien sabes que habla bien, que bien escribe
y que me solicita y me regala,
por más desprecios que de mí recibe.
Mas yo, que de tu pie, donaire y gala
estimo más la cinta que desecha
que todo el oro con que a Creso iguala,
sólo estimo tenerte sin sospecha,
que no ha nacido ahora quien desate
de tanto amor lazada tan estrecha.
Cuando de yerbas de Tesalia trate,
y discurriendo el monte de la luna
los espíritus ínfimos maltrate,
no hay fuerza en yerba ni en palabra alguna
contra mi voluntad, que hizo el cielo
libre en adversa y próspera fortuna.
Tú sola mereciste mi desvelo,
y yo también después de larga historia
con mi fuego de amor vencer tu hielo.
Viva con esto alegre tu memoria,
que como amar con celos es infierno,
amar sin ellos es descanso y gloria,
que yo, sin atender a mi gobierno,
no he de apartarme de adorarte ausente,
si de ti lo estuviese un siglo eterno.
El sol mil veces discurriendo cuente
del cielo los dorados paralelos,
y de su blanca hermana el rostro aumente,
que los diamantes de sus puros velos,
que viven fijos en su otava esfera,
no han de igualarme aunque me maten celos.
No habrá cosa jamás en la ribera
en que no te contemplen estos ojos,
mientras ausente de los tuyos muera;
en el jazmín tus cándidos despojos;
en la rosa encarnada tus mejillas,
tu bella boca en los claveles rojos;
tu olor en las retamas amarillas,
y en maravillas que mis cabras pacen
contemplaré también tus maravillas.
Y cuando aquellos arroyuelos que hacen
templados, a mis quejas consonancia
desde la sierra, donde juntos nacen,
dejando el sol la furia y arrogancia
de dos tan encendidos animales,
volviere el año a su primera estancia,
a pesar de sus fuentes naturales,
del yelo arrebatadas sus corrientes,
cuelguen por estas peñas sus cristales,
contemplaré tus concertados dientes,
y a veces en carámbanos mayores
los dedos de tus manos transparentes.
Tu voz me acordarán los ruiseñores,
y de estas yedras y olmos los abrazos
nuestros hermafrodíticos amores.
Aquestos nidos de diversos lazos,
donde ahora se besan dos palomas,
por ver mis prendas burlarán mis brazos,
Tú, si mejor tus pensamientos domas,
en tanto que yo quedo sin sentido,
dime el remedio de vivir que tomas,
que aunque todas las aguas del olvido
bebiese yo, por imposible tengo
que me escapase de tu lazo asido,
donde la vida a más dolor prevengo:
¡triste de aquel que por estrellas ama,
si no soy yo, porque a tus manos vengo!
Donde si espero de mis versos fama,
a ti lo debo, que tú sola puedes
dar a mi frente de laurel la rama,
donde muriendo vencedora quedes.
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